En mi último artículo para Libertad Digital hablo de la verdadera tolerancia (la que requiere esfuerzo y contención), a propósito del velo de Najwa y un interesante comentario de Robin Hanson.
La tolerancia de verdad se demuestra respetando comportamientos que realmente nos disgustan o repugnan, por chocar con nuestras intuiciones sobre lo que es una conducta recta. La poligamia, la poliandria, la prostitución, las orgías, el sadomasoquismo, porno infantil creado digitalmente, la promiscuidad, la negación del Holocausto, las ideas racistas, el insulto, los símbolos franquistas, la quema de banderas, la venta y el consumo de drogas, el nudismo, el suicidio y la eutanasia, fumar, comer grasa saturada, la barra libre y el happy hour, la violencia en el cine, los toros, la caza y la pesca, mofarse de Mahoma en unas viñetas, negar el cambio climático, gastarse 150 euros en una cena, contratar una madre de alquiler, pagar a un donante de riñón, trabajar para un hedge fund, cobrar un bonus de 2 millones, apostar, educar en casa, ser miembro de una secta, mendigar, hacer streaptease en un escaparate de Preciados, enseñar diseño inteligente, ser un hombre-anuncio, llevar burka, hacer topless en la playa, cubrirse con un velo. No pretendo equipararlas, sólo son ejemplos de actividades sin víctimas que unos u otros quieren prohibir porque les desagradan o repugnan. A priori ninguna de ellas interfiere en la libertad de nadie. Los que claman por castigarlas suelen aludir al vicio y a la depravación moral, no a las víctimas y a la pérdida de libertad. Si se refirieran al daño causado quizás la prohibición tuviera a veces algún mérito, pero que sea ésa la razón, no la excusa.
Alex Tabarrok también ha escrito un excelente comentario en Marginal Revolution, On Tolerance, ahondando en mi matización a Hanson:
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