Alberto Gómez escribía recientemente un interesante artículo en Libertad Digital a propósito de la supuesta intención del padre de la niña de Slumdog Millionaire de venderla por 200.000 dólares.
En la India es habitual la venta de niños, como en cualquier sitio donde la palabra "pobreza" significa haberse criado sin saber cada día si se va a comer o no. Cuando se intenta sobrevivir así, cualquier pequeña oportunidad de obtener un beneficio inmediato significa una gran diferencia. Los que experimentan una infancia en esta situación de incertidumbre no se enfrentan a las mismas opciones que nosotros, los opulentos. La estrategia vital de esas personas se orienta al corto plazo, ya que a medio pueden morir. La disminución de la aversión al riesgo y el tomar decisiones que pueden servir para resolver un problema del día siguiente –aun cuando sean desastrosas en el largo plazo– son estrategias que sirven para vivir bajo incertidumbre. Nuestros antepasados han evolucionado durante millones de años en diferentes situaciones. Se seleccionaron, y nosotros heredamos, los mecanismos psicológicos para la toma de decisiones que mejor permitían sobrevivir y tener descendencia en cada situación.
Volviendo al caso que nos ocupa, el padre puede estar obrando por el bien de su familia o por motivos estrictamente egoístas –según sea un buen padre o un mal padre– como cualquiera de entre nosotros. Al vender su hija, puede buscar una mejor situación para su familia o puede hacerlo por cualquier fin egoísta (o una mezcla de ambos). La única diferencia es que, en su caso, su mejor opción es vender a su hijo más valioso, mientras que para uno de nosotros, para conseguir los mismos fines, la mejor opción podría consistir, por ejemplo, en no permitirle estudiar una carrera y ponerlo a trabajar. En cualquiera de los dos casos la decisión puede ser un mal menor o un acto despiadadamente egoísta.
El padre pobre en esa situación necesita exprimir al máximo la oportunidad que le da el momento. Por otra parte es muy posible que su hija quede en una situación menos miserable que la que tiene actualmente. La posibilidad de que el padre lo haga por el bien de toda su familia puede ser bastante razonable. ¿Entonces? ¿Por qué, a primera vista, la venta de un hijo nos parece aberrante? Simplemente porque la evaluamos moralmente desde nuestra propia perspectiva y desde nuestras propias opciones.
Este comentario me ha recordado un largo debate que mantuve a raíz de dos controvertidos artículos míos sobre la compra-venta de derechos de tutela y un libre mercado de adopciones (Sobre la Adopción I, Sobre la Adopción II). En ellos defendí el derecho de los padres biológicos a vender a sus hijos a otras familias sin apenas restricciones, pero durante la discusión posterior varios comentaristas me convencieron de que los padres no tienen un derecho de tutela irrestricto sobre sus hijos, pues éste se halla supeditado a la presunción de que son los progenitores los que mejor velarán por el interés del menor pero hay actuaciones que pueden invalidar esa presunción.
A continuación copio parte de mis conclusiones al final de aquel debate (ligeramente editadas), que son una buena síntesis de mi postura actual sobre este delicado tema.