No os perdáis el siguiente vídeo. Es largo, tanto como la lista de preguntas que Perdidos ha dejado en el aire a pesar de las promesas de cierre de sus creadores y, más importante, la clausura (o, mejor, la coherencia) que pide la historia.
Leed su artículo entero en la revista de cine Contrapicado. Manel lo escribió al finalizar la tercera temporada, y de hecho concluyó entonces que la serie podría haber acabado ahí ("¿Como van a ser capaces de superar eso?"). Copio varios párrafos:
Lo fascinante de una serie como Lost es su capacidad para absorbernos desde la misma narratividad de sus personajes, desde el simbolismo flagrante y a menudo reiterativo que enhebra tramas, hipótesis y conspiraciones un episodio tras otro. Un personaje puede parecernos más o menos ‘creíble’, irritarnos o menguar en la media del reparto, pero lo importante es que la estructura de la serie gravita sobre ese pacto con el espectador: “yo le voy a marear enroscando y desenroscando la madeja, usted sabe que esto es un hilo, de hecho en muchas ocasiones voy a hacer muy evidente que esto es un hilo, un hilo cursi incluso, pero ambos sabemos que no podrá vivir sin descubrir qué hay del otro lado, no importa cuan profunda sea la madeja”. Semejante mecanismo puede extenderse a infinidad de películas y series, pero en Lost ese pacto ficcional está directamente anclado en el símbolo, en la cábala internáutica y el relato comunitario. El suspense, la acción o la hibridación de género contribuyen al conjunto, no hay duda, pero lo que sostiene la espiral de nuestros náufragos contemporáneos es algo más cercano a la psicología de masas y al manual de autoayuda: ruptura, ocultación, búsqueda y pérdida del sentido, los interrogantes y las respuestas, una comunidad y sus relatos fundacionales, el mito. (...)
Así emerge la conocida estructura de flashback que dota de identidad a los episodios de la serie. Una batidora que contiene los grandes temas –en el sentido del texto religioso, de La Biblia- hacia una forma del Laberinto/Luz, la marca fundacional del mesianismo estadounidense (sólo que aquí tamizada por una revisión fatalista, y por ello doblemente mesiánica). Esos grandes temas y esa forma cobran la línea habitual de un personaje en cuyo pasado se encuentra la clave del destino de la comunidad, se combinan secuencias de la puesta en crisis de ese destino con otras de los antecedentes que lo motivan, recuerdos de algún personaje que contienen la semillas de esa puesta en crisis y por tanto sus posibles respuestas. Tal y como queda magistralmente trazado en la primera temporada de la serie, nos encontramos ante un relato sobre la puesta en crisis de un espacio, de una comunidad; un relato sobre el espacio –la isla, la civilización, el agujero negro- que sólo puede tener lugar en el tiempo (de ahí la pertinencia del flashback). Quizá por ello, como veremos, Lost contiene una de las digresiones temporales más increíbles de la serialidad contemporánea: el magistral flash-forward que cierra la tercera temporada. (...)
Los creadores han prometido que los diversos enigmas tienen una explicación y que ésta será mostrada a su debido tiempo, en el transcurso de la serie. Pero nos parece que, incluso respetando la integridad de la ‘obra’ y demás, semejante promesa es casi una perogrullada, ¿acaso no son esos cabos sueltos, esos enigmas sin resolver, esas preguntas sin respuesta, lo que convierte a la serie en lo que es, lo que nos regala la fantástica plataforma de juego, alteración y combinación ficcional que es Lost? ¿El McGuffin inabarcable?
Nuestra pequeña conspiración no ha caído del cielo -o eso tratamos de defender- sino que se corresponde con un proceso de apertura y descontrol que va creciendo temporada tras temporada, sembrando una danza de enigmas que culmina en la libertad fascinante de la tercera temporada, cuando el McGuffin ha escapado definitivamente y da luz a pequeñas maravillas ficcionales, como setas que emergen –¡blop!- en las profundas fallas de la isla. Digamos que la primera temporada, con su delimitación clásica, nos empapa de la historia de una comunidad y su fuera de campo (los Otros), mientras que la segunda consiste en un montaje paralelo entre las comunidades emergentes (los supervivientes de la cola y la ‘comunidad’ de los Otros, que deja de ser un fuera de campo y se asemeja cada vez más a otra comunidad). En ese orden de cosas la tercera temporada es, sin duda, una colisión, un fundido entre comunidades y enigmas, un interrogante que estalla y reclama respuestas. ¿Hay respuestas? En cualquier caso se trata de respuestas que duplican los interrogantes. Potencias del McGuffin.
También enlazo la crítica de Santiago Navajas en LD, que es más simple y parecida a la mía: El público tonto de Perdido. Aunque coincide con Manel en que podrían haber concluido la serie en la tercera temporada y haber apostado fuerte por no explicar nada de nada, en lugar de este decepcionante "quiero y no puedo".