En relación con el debate sobre la prohibición de los toros en Cataluña, extracto párrafos de varios artículos que me han parecido interesantes.
Salvador Sostres en El Mundo (requiere suscripción):
El toro bravo no existiría sin la lidia. Ni viviría ni moriría en condiciones mejores o peores. Simplemente no existiría. Eso, para empezar. Para seguir, la calidad de vida de un toro bravo es extraordinaria, casi salvaje, y de ningún modo puede compararse a las pobres circunstancias existenciales de bueyes y vacas, tanto las que dan carne como las lecheras. A los que crean que el toreo es el espectáculo de la muerte les recomiendo que asistan un día al matadero. Y allí sí que presentirán, olerán la muerte. Como la presienten vacas y bueyes, que a menudo infartan y mueren antes de que los maten, muertos de miedo. Creo que es una aberración de nuestra era biempensante hablar de «derechos de los animales». Sólo tenemos derechos -y deberes- las personas, en tanto que sólo las personas somos capaces de comprender lo que un derecho significa, de otorgárnoslo y de ejercerlo. Pero incluso desde el delirio animalista es una locura creer que, por muchas banderillas y por mucho que el torero mate al toro, un animal sufre más en la plaza que en el matadero. A los que quieren prohibir las corridas quiero preguntarles si, por anteponer su prejuicio esteticista, prefieren que el toro bravo se extinga.
Montserrat Domínguez sobre las comparaciones odiosas en La Vanguardia:
También los taurinos nos debatimos bajo la ducha Vichy de los contrastes. No es fácil defender las corridas cuando uno ama a los animales e intenta inculcar a sus hijos que el maltrato es inadmisible. Lo que no es de recibo es que se nos acuse de acudir a la plaza con el único fin de asistir a la tortura de un animal: la simpleza y perversidad de semejante tesis sólo es comparable a la idea de que uno aplaude a un torero para luego, en casa, practicarle la ablación del clítoris a la hija, pegar a la pareja y acabar por secuestrar al vecino siguiendo el ejemplo de Colombia, tierra fértil en violencia por su acreditada afición taurina.
La belleza de la plaza el día de autos, lo sutil de la liturgia y la ceremonia que la envuelve, el imponente silencio que rodea al toro cuando hace su aparición en el coso; el complejo enfrentamiento entre la inteligencia animal y la humana, el pulso desigual entre la fuerza, la destreza y el instinto podrán apreciarse o no, pero siguen provocando interés y pasión en miles de aficionados.
Pilar Rahola destaca en La Vanguardia la hipocresía de los correbous y pide que los nacionalismos no oscurezcan el auténtico debate:
[H]ay algo de "lo catalán" que, además de la inteligencia, se da de bruces con la mínima coherencia. El debate de los correbous, por ejemplo, fue un ejercicio de hipocresía nacional-catalana, como pocos he visto en los últimos tiempos. De la mano de Convergència, y con el visto bueno del resto –a excepción de ICV, nobleza obliga–, nuestro Parlament certificó que la tortura es permisible si se hace con barretina. Toros no, correbous sí, y devoren ustedes la pertinente dosis de cinismo. Entre tanto ruido de nacionales de uno y otro lado, el debate se abigarra con munición pesada y pierde su único sentido: la defensa o la prohibición de una tradición cruel.
Creo que concuerdo con Fernando Ónega, también en La Vanguardia, en que la decisión de Esperanza Aguirre de declarar los toros en Madrid "patrimonio cultural" no ha sido inteligente y solo conducirá a que el debate sea aún más identitario en Cataluña:
La gran pregunta es por qué se promueve esta declaración ahora y no hace diez días, diez meses o diez años. O medio siglo, cuando Lorca y Hemingway escribieron los testimonios que ahora se aducen. ¡Ah! Es que entonces los antitaurinos no se movían en Catalunya. A este cronista no le ha gustado la iniciativa catalana; pero le gusta todavía menos la respuesta conservadora iniciada por Aguirre. Por todas estas razones: porque está llamada a surtir el efecto contrario y los nacionalistas dudosos tendrán ahora más alicientes para aprobar la prohibición; porque tiene el riesgo de convertir un espectáculo festivo en un acto de afirmación ideológica; porque no parece inteligente introducir desde Madrid, Valencia o Murcia un nuevo factor de distancia con Catalunya; porque nunca ha sido bueno situar a Catalunya frente al resto; y porque, leñe, no se puede usar un toro como vínculo de la cohesión nacional, ni como motivo de agresión territorial. Aveces, el independentismo parece alentado desde Madrid.
Los aficionados a los toros (o a la polémica en Cataluña) no os perdáis los artículos de Oriol Trillas en Factual.
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