El tema de la inmigración es especialmente sensible a la existencia de dos lógicas que se incardinan en lo social: la individual y la colectiva. Desde la lógica individual a nadie puede sorprender que un ciudadano ayude a un ser humano en dificultades, e incluso lo oculte de la policía para ello. Y, al tiempo, que este mismo ciudadano, desde una lógica colectiva, sea el primer defensor de la necesidad de establecer controles de entrada en las fronteras. El Estado ha de ocuparse de poner barreras de entrada. El Ayuntamiento, de superarlas. No es incoherencia. Es la vida.
No. Es incoherencia, es la vida.
Copio unos párrafos pertinentes de Juan Carlos Escudier:
Como es bien conocido, este país no es racista ni xenófobo y se conmueve mucho con las hambrunas de Etiopía y con las desgracias de esos negros de Haití a los que se les ha caído la chabola encima, sencillamente, se les ha tragado la tierra. De hecho, hasta nos parece bien que alguno haya venido a cuidarnos a la abuela por un sueldo módico, que no estamos para dispendios, siempre y cuando cotice a la Seguridad Social, no nos colapse las Urgencias y no se quede para su hijo las becas comedor del nuestro, que habrá nacido aquí pero por su cara bien podría haberlo hecho en Quito. Los de fuera nos caen bien si son pocos y no nos ponen la radio a lo que da con la última de Carlos Vives. (...)No somos xenófobos pero sí muy olvidadizos, y por eso se nos tiene que recordar casi a diario que la inmigración ha tenido efectos muy positivos, hasta el punto de que se le atribuye un tercio del crecimiento de los últimos diez años de bonanza. Pero no sólo eso. Los inmigrantes permitieron elevar la tasa de actividad de las mujeres, que se lanzaron al mercado laboral al poder delegar la realización de las tareas domésticas y el cuidado de niños y ancianos, y, en contra de la percepción general, se convirtieron en contribuyentes netos al Estado del Bienestar, ya que sus aportaciones fueron mayores que los recursos que consumieron.
Aún así, la crisis y la enorme tasa de paro ha avivado la percepción entre los españoles de que la inmigración es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el país, y ello a pesar de que sigue sin producirse competencia entre nativos y foráneos por los puestos de trabajo disponibles. Lo sostiene un estudio de Adecco y el IESE, que viene a confirmar que la recesión se ha cebado con los extranjeros, que han ocupado uno de cada siete empleos creados pero han perdido uno de cada cinco de los destruidos.
En Londres los grupos de amistades son multi-raciales y es raro trabajar solo con ingleses, en la oficina o en el Starbucks. En Nueva York muchos anuncios en el metro están solo en español. En Barcelona la mayoría de inmigrantes están detrás de la barra, segregados socialmente del resto, siendo a veces objeto de mofa o suspicacia por parte de catalanes de pura cepa. Luego resulta que queremos compararnos con el cosmopolitismo de Londres o dar lecciones de tolerancia a Estados Unidos, un país con un 65% de blancos europeos y un Presidente negro.