Eduardo Robredo lamenta que tanta gente rechace la teoría de la evolución:
Casi un tercio de los españoles no cree que la tierra gire alrededor del sol, y un poco menos no cree que los seres humanos desciendan de especies anteriores. Los datos son preocupantes, pero aún están algo lejos de naciones ampliamente negacionistas por lo que se refiere a la aceptación pública de la ciencia, como Turquía, o los Estados Unidos, donde encuestas elaboradas en los ultimos 30 años revelan que entre el 43 y el 47% de los ciudadanos rechazan la teoría de la evolución por selección natural.
La verdad es que estas cifras sorprenden. Pero sorprenden no solo porque muestran que las ideas anti-científicas están muy extendidas, sino por cuanto eso revela acerca del impacto trivial que dichas ideas tienen sobre la vida de quienes las sostienen. Si nos sorprende que tanta gente sea creacionista (o geocentrista) es porque no nos habíamos dado cuenta a través de su comportamiento. Los creacionistas nos parecen tan normales como el resto, y probablemente lo sean. ¿Hay algún estudio sobre los efectos que la concepción creacionista tiene sobre el comportamiento de las personas? ¿O sobre la vida y la felicidad de ese tercio de españoles o de esa mitad de estadounidenses?
Robredo debe pensar que el creacionismo afecta muy negativamente a quienes lo sostienen, de lo contrario no se entiende su equiparación de la eseñanza del creacionismo con el abuso infantil.
El adoctrinamiento pseudocientífico en las escuelas no tiene nada que ver con la "libertad" de los padres o de las comunidades religiosas. Tampoco puede ser tratado como una "visión del mundo" respetable, sino simplemente como una concepción errónea y una irresponsabilidad pedagógica que obstaculiza gravemente el desarrollo del juicio crítico en los niños. "Enseñar la controversia" no es libertad, sino abuso infantil.
Puedo estar de acuerdo en que el creacionismo no es una "visión del mundo respetable" desde un punto de vista científico, incluso puedo coincidir en que es una "irresponsabilidad pedagógica" enseñarlo en la escuela o en casa. Pero discrepo con su afirmación infundada de que "obstaculiza gravemente el desarrollo del juicio crítico en los niños", y por supuesto no comparto su postura implícita de que debería prohibirse, que no se sigue en absoluto del hecho de que sea una teoría errónea.
El desarrollo del juicio crítico de un niño se ve menoscabado si se le educa en el dogmatismo, en no cuestionarse lo que se le transmite, y eso puede provenir tanto de la enseñanza de la teoría de la evolución como de la enseñanza del creacionismo. Es la forma de enseñar o la actitud frente al conocimiento, y no la teoría concreta sobre el surgimiento de la especie humana, lo que obstaculiza o fomenta el desarrollo del juicio crítico del menor. Quizás la enseñanza del creacionismo está correlacionada con una enseñanza más dogmática, pero aunque eso fuera así las implicaciones no son las mismas. Si hay algún estudio que encuentre una correlación entre la enseñanza del creacionismo y el menoscabo de la capacidad crítica del menor me gustaría verlo.
Le guste a Robredo o no, los datos ilustran que hay mucha gente que no piensa como nosotros. Son gente de buena voluntad y no quieren ningún mal para sus hijos, simplemente no están convencidos de que la teoría de la evolución sea cierta, por los motivos que sean. Ante esta realidad puedes imponer "tu verdad", o puedes aceptar un compromiso en aras de la reciprocidad: yo permito que hagas algo con lo que no estoy de acuerdo, pero tú me permites hacer algo que a mí me parece razonable pero tú no estás de acuerdo. Imagino que ese es el trato que Robredo querría si su verdad estuviera en minoría y los creacionistas se plantearan imponer la suya.
Robredo tampoco parece contemplar el peligro de dejar que el Estado sancione la validez de una teoría científica. El Estado no hace ciencia, sino política, y le mueven intereses distintos. Las teorías científicas deben validarse en el mercado de las ideas, en competencia con otras teorías y confrontando a sus críticos. La verdad en ciencia no se "impone" desde el Estado sobre los escépticos, sino que se abre camino, persuadiendo a la gente. Luego protesta cuando el Estado se coaliga con la Iglesia o promueve la religión, pero es otra cara de la misma moneda. La moneda del poder, que el monopolio estatal no debería ostentar en primer lugar.