El Mundo entrevista (en vídeo) a Carolina Hernández, una prostituta de las calles de Madrid que lo es por decisión propia y que, contra quienes quieren dejarla sin empleo, pide la regularización de la progresión. Para mí la opinión que cuenta es la de Carolina, no la de la Ministra de Igualdad.
El economista liberal Xavier Sala i Martín escribe un buen artículo sobre la prostitución en La Vanguardia: "Outsourcing" sexual.
¿[P]or qué va a prohibir que le haga una felación? Una posible respuesta es que la felación no la hace por su propia voluntad sino por dinero. Esa respuesta es insatisfactoria, puesto que con ese razonamiento deberíamos prohibir casi todos los oficios del mundo. ¿O es que las mujeres de la limpieza lavan los urinarios por placer? ¿O es que los empleados de banca van a su puesto de trabajo cada lunes por amor al arte? ¡No! Lo hacen por dinero..., igual que las operarias del amor.
Otra respuesta común es que las prostitutas son objeto de tráfico de personas, obligadas y esclavizadas por los proxenetas. Eso tampoco es un buen argumento a favor de la prohibición. Es un argumento a favor de perseguir las mafias que trafican con personas, eso sí, pero del mismo modo que cuando se descubre a traficantes de orientales que trabajan esclavizados en establecimientos de Barcelona no prohibimos los restaurantes chinos, tampoco debemos hacer lo mismo con la prostitución.
Paco Capella le corrige en el tema de las externalidades.
Montse Nebrera también dice cosas bastante sensatas sobre prostitución en El Periódico de Catalunya:
¿Puta? ¡Reputa!» Eso dice el casposo Torrente de la mujer de uno por acostarse con todo macho viviente. Pero ¿es puta por refocilarse en el sexo? ¿Y si el goce le reporta además la licencia de un bar, plaza en la universidad, o posición relevante en una empresa? Tantos sentidos distintos para el término prostitución dificultan proponerle soluciones. Pero ¿las requiere o son el uso de la vía pública, el control sanitario del colectivo y la evitación del crimen organizado lo que nos preocupa? Porque tal vez la mayor parte de la sociedad no condena la venta o alquiler que uno haga de su cuerpo –al fin y al cabo nadie se ha metido con la que alquiló su útero a Ricky Martin para que consiguiese sus gemelas–, ni hay cruzada general contra toda esa juventud (modelos y exmodelos se llevan la palma) que casualmente sólo se enamora de personas ricas y famosas que les triplican la edad, ni hay quien critique lo de aguantar un matrimonio por mantener el nivel de vida. Mayor escándalo produce atisbar la venta del alma, individuos con capacidad de metamorfosearse en el paisaje y decir o hacer aquello que más conviene: políticos y periodistas se llevan en esto la palma, pero ni son los únicos ni los peores; sólo los más visibles. Cada uno vende lo que puede mientras haya alguien dispuesto (incluso obligado) a comprar. Esa es la triste realidad de una actividad tan antigua, como se encargaba de recordarnos aquella magnífica Familia, de León de Aranoa, en la que un individuo se compraba el servicio de amor completo. Y vaya por delante mi respeto a todas las soledades que no han encontrado paliativo mejor.