Hace un par de semanas me llamó la atención esta entrada en Mos Ki Merak. Livia es uno de estos fumadores que apoya el endurecimiento de la Ley Antitabaco como si se tratara de un parche de nicotina, porque ella sola no se ve capaz de superar la adicción. Pone como ejemplo su estancia en Nueva York, donde se vio felizmente empujada a fumar menos por la estricta normativa anti-tabaco de la ciudad.
Lo confieso, llevo casi veinte años fumando. Lo sé, es un vicio horrible y en mi caso, además, es un vicio estúpido porque para colmo de males hace unos años tuve un tremendo ataque de asma (que conste que eso no significa que para los demás sea un vicio “inteligente”). Ahora el gobierno nos dice que la sociedad está madura para que se prohíba fumar en sitios públicos y aunque parezca contradictorio apoyo la medida, con una pequeña salvedad, pero empiezo por lo primero.
Hace cinco años estuve en NY y como es sabido allí no se puede fumar en ningún sitio público (ni siquiera en las terrazas), me alojé en una residencia en la que me metieron en una decimocuarta planta y cada vez que apretaba el vicio tenía que coger el ascensor, cada vez que estaba de juerga tenía que salir a pasar frío en la calle. Puede parecer incómodo pero no sólo no lo fue sino que no le vi más que ventajas: la primera y más obvia es que se fuma menos pero la segunda y más graciosa es que teniendo en cuenta que el tabaco sigue siendo social conocí a un montón de gente (me vino fantástico porque fui precisamente a mejorar mi inglés) y tanta conocí que al final los no fumadores con los que salía de noche también salían a no echarse un piti.
Livia, pues, está defendido un endurecimiento de la Ley Anti-tabaco por motivos personales: le ayuda a reducir la adicción y a socializarse (esta razón es nueva). ¿Y los fumadores que no quieren dejarlo o alterar su hábitos, ni verse estigmatizados por las autoridades públicas? El caso de Livia no tiene nada de singular. En el contexto del Estado de Bienestar numerosos grupos de interés piden leyes, subsidios y privilegios a medida. Que alguien ofrezca como razones a favor de una ley los beneficios que le reporta a ella o a un grupo minoritario de personas sin siquiera considerar los posibles costes que pueda tener sobre los demás es sintomático de que, para muchos, el objeto de las leyes no es el interés general sino el suyo propio. De ahí que muy apropiadamente Bastiat describiera al Estado como aquella ficción a través de la cual todos intentan beneficiarse a expensas de los demás.
Mis razones para oponerme a la actual Ley Antitabaco y a su eventual endurecimiento las sinteticé en este artículo para Libertad Digital: Derechos ahumados.Pero, ¿qué hay del argumento de que una ley paternalista de este tipo puede ayudar a los no-fumadores que en el fondo quieren superar la adicción pero les resulta demasiado duro hacerlo? No he sido nunca adicto al tabaco así que no sé lo duro que es intentar dejarlo. Pero la fuerza de voluntad, la ayuda de los amigos y familiares, y la diversidad de productos que el mercado ofrece para los que buscan superar esta adicción me parecen buenas alternativas a la prohibición del Estado.
Quizás Livia realmente quiere dejarlo, aunque sus acciones cotidianas (sus preferencias reveladas, como se dice en economía) insinúen lo contrario. La economía del comportamiento (behavioral economics) identifica la falta de auto-control con el arrepentimiento predecible de nuestras elecciones. Por ejemplo, cuando un fumador toma su dosis sabiendo, en cierto sentido, que luego va a lamentarlo, como si su preferencia inmediata chocara con una suerte de metapreferencia (el deseo de dejar el vicio), o como si un “yo corto-placista” estuviera en continua pugna con un “yo largo-placista”. ¿No sería beneficioso que el Estado interviniera en ayuda de quienes padecen esta tensión interna?
El problema es que no está claro que las metapreferencias (o el "yo largo-placista") tengan, per se, primacía sobre las preferencias inmediatas (o el "yo corto-placista"). Un observador externo no puede inferir, de la mera tensión, que el "yo largo-placista" es más importante que "yo corto-placista", de la misma forma que no puede afirmarse objetivamente que recibir 110 euros mañana es mejor que recibir 100 hoy. Dependerá de cada persona y de sus particulares circunstancias. Las declaraciones expresas de los individuos en cuanto a sus "verdaderas preferencias" tampoco son concluyentes. "Talk is cheap". Como dice Mario Rizzo en este debate con el teórico del paternalismo Richard Thaler, las declaraciones pueden manifestar mero deseo, no una intención real de hacer trade-offs entre valores. No en vano todos decimos querer ahorrar y consumir más.
La discusión más inteligente que he leído sobre el problema del auto-control y las medidas paternalistas tendentes a corregirlo es este ensayo de Glenn Whitman para el Cato Institute: Against the New Paternalism. Internalities and the Economics of Self-Control (pdf). Copio dos párrafos relevantes de la conclusión:
[T]he new paternalism neglects the possibility of internal bargains and private solutions. All of us face self-control problems from time to time. But we also find ways to solve, or at least mitigate, those problems. We make deals with ourselves. We reward ourselves for good behavior and punish ourselves for bad. We make promises and resolutions, and we advertise them to our friends and families. We make commitments to change our own behavior. Internality theorists point to these behaviors as evidence that the internality problem exists. But they are actually evidence of the internality problem being solved, at least to some degree.
The new paternalists would have us believe that benevolent government can—through taxes, subsidies, restrictions on the availability of products, and so on—make us happier according to our own preferences. But even if we place little or no value on freedom of choice for its own sake, the paternalists’ recommendations simply don’t follow. Public officials lack the information and incentives necessary to craft paternalist policies that will help the people who most need help, while not harming those who don’t need the help or who need help of a different kind. Individuals, on the other hand, have every reason to understand their own needs and find suitable means of solving their own problems.
Prohibiciones paternalistas como la Ley Antitabaco tienen un coste más profundo sobre la sociedad: incentivan la irresponsabilidad. Como señala Gary Becker, el derecho a equivocarse permite aprender de los errores, creando a la larga individuos competentes, independientes y que confían en sí mismos. Es el proceso de tomar decisiones lo que lleva a las personas a tomar mejores decisiones. Quizás llegar a ser una persona competente y responsable, con fuerza de voluntad para superar los obstáculos que la vida nos pone, es una “meta-meta-preferencia” más importante que la metapreferencia de abandonar el tabaco.
Escribí para el IJM un artículo sobre este tema: Paternalismo y economía del comportamiento.