Fernando no quiere que Cataluña se independice de España, quiere que España se independice de Cataluña. Que la expulse. En dos entradas argumenta que un buen divorcio es mejor que un mal matrimonio, y que la secesión no llevaría a un conflicto violento con tintes balcánicos como vaticinan algunos. Vale la pena que leais las dos entradas, haciendo abstracción de la crudeza de sus palabras (FDV no se anda con chiquitas, ¡pero en realidad no es tan catalanófobo como parece!). Estoy en esencia de acuerdo con su argumento, aunque añadiría matices y discrepo con una de sus conclusiones. Mis comentarios a la reflexión de Fernando:
1. La secesión de Cataluña no debe evaluarse únicamente desde el punto de vista de quienes habitan esa región, también debe evaluarse desde el punto de vista del resto de españoles. Como señala Fernando, en la medida en que el voto catalán se escora hacia la izquierda el resto de España se beneficia (desde un punto de vista liberal) de la secesión de Cataluña, pues en las elecciones generales se votaría un Parlamento más de derechas (presuntamente menos intervencionista en el margen). Mencioné este enfoque en un artículo en el IJM: La unidad de España reconsiderada.
2. Cataluña, y Barcelona en particular, está abierta a España y a Europa. Algunos nacionalistas son provincianos en extremo pero en general la sociedad no es más ni menos abierta que la de otras regiones de España. Barcelona es una ciudad bastante cosmopolita, repleta de inmigrantes y de turistas (casi todas las personas con las que me he topado en Londres son unas enamoradas de Barcelona o quieren visitarla). Quizás no tan cosmopolita como Madrid, pero no anda lejos. Fuera del ámbito público (enseñanza, administración) el castellano no se discrimina, se habla con normalidad (siendo el idioma más hablado), y no se desprecia a la gente por venir de Andalucía o de Galicia. Hay cierto resentimiento hacia España como entidad política que a veces se traduce en actitudes despreciativas hacia quienes son percibidos como hostiles a la autonomía y el nacionalismo catalán, en un proceso que se retroalimenta. El caso de Fernando es un ejemplo: Fernando se expresa en estos términos como reacción a opiniones nacionalistas que él considera despreciativas hacia los españoles. Está respondiendo con la misma moneda. Otros catalanes inicialmente despreocupados interpretarán (razonablemente...) sus palabras como despreciativas hacia Cataluña, reforzando la idea de que los españoles realmente son catalanófobos. La paradoja es que estas generalizaciones (los catalanes desprecian a los españoles, el resto de españoles son catalanófobos) no son ciertas al principio, para ninguno de los dos grupos, pero progresivamente pueden acabar siéndolo como consecuencia de ese proceso de retroalimentación. Yo creo que el proceso es todavía algo incipiente y la animosidad reflejada en el discurso político no suele manifestarse fuera de este contexto (por ahora).
3. No estoy de acuerdo con la conclusión de Fernando de que la independencia sumiría a Cataluña en la ruina (emigración masiva, mercado de exportación español cerrado a cal y a canto, exclusión de la UE etc.). De hecho pienso que la independencia sería positiva para el progreso de la región en el medio y largo plazo, sino en el corto plazo. Cataluña seguramente entraría dentro de la Unión Europa (aunque estaría mejor fuera de ella, integrada en la European Economic Area como Islandia, Noruega o Suiza para participar del mercado común) y salvando un posible boicot de una parte de la sociedad española, comerciaría con España con normalidad. Puede que algunos catalanes emigraran, pero en general Cataluña seguiría siendo receptora neta de inmigrantes. Lo que es más importante: los políticos catalanes ya no podrían culpar a Madrid de sus carencias o utilizar al gobierno central como excusa para el inmovilismo. Los ciudadanos les atribuirían completa responsabilidad y les exigirían cuentas. Si en el corto plazo la región perdiera competitividad por ser la Generalitat de signo socialista, la desazón y las ansias de mejora (avivadas por las comparaciones con una Madrid pujante) incitarían a la sociedad a votar centro-derecha (en política social y económica CiU es similar al PP). La Generalitat, para atraer más empresas e inmigrantes cualificados, probablemente bajaría los impuestos y relajaría las regulaciones. La normalización lingüística permanecería. Quizás se acentuaría pero el castellano seguiría siendo predominante y la sociedad seguiría siendo bilingüe. Solo una fracción de la población protestaría por esta imposición (quizás menos que ahora porque algunos son de los que habrán emigrado).
4. Yo tampoco creo que estallara una guerra civil o un conflicto violento si la secesión se llevara a cabo por cauces legales (reformas constitucionales, referéndums etc.). Pero tampoco creo que sea totalmente descartable. Es posible (¿improbable?) que haya españoles que no quieran que España se rompa aunque se haga por la vía legal, y quisieran sacar los tanques a la calle. Es posible que algunos nacionalistas extremistas quisieran echarse al monte cansados de esperar. Quienquiera que fuera que disparara primero tendría mi repulsa porque ni la unidad de España ni la independencia de Cataluña valen un solo muerto. Espero, no obstante, que dominara la cordura y las pocas ganas de arriesgar el pellejo.
5. La independencia, aunque se habla mucho de ella, no tiene el apoyo de una mayoría de catalanes. Incluso me sorprendería que una mayoría de convergentes fuera netamente independentista, tanto si hablamos de su base de votantes como de los miembros y representantes. Los ciudadanos que se sienten solo catalanes son una minoría, y los que se sienten igual de españoles que catalanes son el grupo más grande. A mí incluidme en el segundo grupo (pero restándole fervor), aunque no necesito que mi pasaporte o las fronteras políticas reflejen ese sentir. Mi aproximación a esta cuestión es puramente pragmática: soy independentista porque creo que la estructura de incentivos resultante beneficia a Cataluña y al resto de España (como es una visión pragmática está constreñida por el punto 4: si el precio de la independencia es un conflicto violento, no vale la pena). El problema es que es difícil que la gente se haga independentista por razones exclusivamente pragmáticas. En la medida en que el sentimiento independentista crezca como producto de esas retroalimentaciones a las que me refería en el punto 2, la hostilidad mutua se intensificará y puede ser fuente de conflictos (boicots, protestas, exclusión etc.) del todo innecesarios. Es una pena, porque no tendría por qué ser así.