Pascual González en Filoblog hace una crítica de la postura anti-abortista/pro-vida desde un ángulo original: si de verdad creemos que se está produciendo un asesinato en masa o un Holocausto de personas indefensas, ¿por qué no actuamos en consecuencia?
Destaco estos dos párrafos, pero vale la pena leer la entrada entera:
Lo que ocurre en el útero a los embriones y los fetos (en cualquier momento de su gestación) es igual de grave que lo que ocurre fuera de él. Pero quien profese esa creencia debería, para ser coherente, reaccionar ante el aborto como quien reacciona ante un genocidio. No me refiero a declarar que es un genocidio (ésa es la retórica que, en mi opinión, no creen ni ellos) sino actuar como si se tratara de un genocidio. (...)
Y ésa es la cuestión: si lo que ocurre en el útero y en cualquier momento de la gestación tiene la misma gravedad moral que lo que ocurre fuera de él, por qué encontramos esas modulaciones y esas distinciones en el discurso antiabortista? ¿Por qué ese empeño en usar para su propaganda vídeos con fetos en avanzado estado de gestación? ¿Por qué no muestran también mórulas, blastocitos y embriones, dado que según su lógica son moralmente idénticos? Y, dese luego: ¿por qué no nos encontramos con una “resistencia” armada contra las clínicas de abortos? Es de suponer que dicha resistencia surgiría en el caso hipotético en que unos malvados asesinaran cien mil niños al año con la autorización del Estado. ¿Debemos inferir que si tal cosa ocurriera con personas que viven fuera de los úteros, los pro-vida se dedicarían a llamarlos genocidas en sus blogs y en sus emisoras, o a manifestarse pacíficamente, pero nada más? Tal pasividad haría recaer sobre ellos la acusación de tibieza por los siglos de los siglos.
Estoy de acuerdo con Pascual en que quienes nos posicionamos contra el derecho al aborto caemos en una aparente contradicción entre nuestros actos y nuestras creencias: sostenemos que abortar un embrión equivale al asesinato de un ser humano con derecho a la vida, pero no nos conmueve ni nos empuja a actuar como lo haríamos en situaciones en que se asesinaran a personas ya nacidas.
No voy a negar que esta tensión existe. De hecho en mi caso puede que incluso sea más acentuada: me veo incapaz de reivindicar una pena dura para una mujer que aborta un embrión (se me hace difícil reclamar una pena que implique la cárcel), pese a ser partidario de la cadena perpetua y aceptar la pena capital para los homicidios comunes. Lo que pongo en duda (sin tener certeza) es que esta tensión o contradicción sea relevante a la hora de definir el status del embrión y determinar cuándo empieza el derecho a la vida. Mi respuesta a Pascual es también a base de analogías:
- En el pasado se ha discriminado y atentado contra los derechos más elementales de distintos colectivos (infieles, negros, mujeres, homosexuales). Había minorías, avanzadas para su época, que se opusieron a aquella injusticia pero tampoco actuaron en consecuencia. Tomemos el caso de la esclavitud en Estados Unidos. Una fracción de la población era contraria a la esclavitud y consideraba que los negros tenían derecho a vivir en libertad. Sin embargo, muy pocos estaban dispuestos a luchar violentamente en pro de esa causa o (más importante) justificaban el derecho de los negros a rebelarse contra sus amos o defendían su liberación mediante el uso de la fuerza. La posición intelectual de aquellos abolicionistas pacifistas era la misma que la de la sociedad actual, y sin embargo sentían unos escrúpulos con respecto al uso de la violencia que nosotros hoy no sentiríamos. Probablemente el uso y la costumbre en un determinado contexto, el hecho de que se considere normal un comportamiento que solo unos pocos desaprueban y que la mayoría practica sin genuina mala fe, pesa también sobre el juicio moral y la actitud de esa minoría disidente. Al fin y al cabo el abolicionista en un contexto en el que la esclavitud está normalizada podría estar defendiendo la violencia contra sus amigos, familiares, conocidos etc. algo que resulta tremendamente conflictivo a nivel emocional. Los defensores de los derechos de los animales se encuentran en la misma tesitura, lo mismo que los anti-abortistas. La cuestión es: ¿somos los anti-abortistas esa minoría (o mitad de la sociedad) avanzada para su época que siente escrúpulos al defender la violencia contra una práctica normalizada? ¿Tendrán las futuras generaciones, en caso de ganar la causa anti-abortista la batalla intelectual, menos remordimientos a la hora de aplicar penas duras contra al aborto y perseguirlo como un crimen deleznable? Es posible, pero tampoco estoy seguro de que este sentimiento de "desproporcionalidad" entre el aborto y las penas duras para los abortistas venga modulado por la costumbre y llegue a extinguirse algún día.
- Reconocemos los mismos derechos a un mono o a un cerdo que a una hormiga, esto es, ninguno. Pero ver sufrir a un mono o a un cerdo nos resulta muy perturbador, mientras que matar hormigas es un juego de niños. Podemos aplastar hormigas nosotros mismos, pero pocos estaremos dispuestos a cortarle el cuello a un mono o a un cerdo. La pregunta que introduce este planteamiento es si los escrúpulos y la reacción emocional al uso de la violencia contra un ser vivo dice algo sobre el status de sus derechos o es simplemente el resultado instintivo y éticamente irrelevante de la semejanza física superficial con el ser humano.
- No nos produce la misma impresión el asesinato de una persona mediante violencia explícita (cuchilladas) que el asesinato mediante una inyección letal, y sin embargo consideramos idénticos ambos crímenes. No nos afecta igual la muerte de un familiar que la muerte de alguien que no conocemos, y no obstante concedemos a ambos los mismos derechos.
Pascual parece identificar las reacciones emocionales con las intuiciones morales, pero aunque haya solapamiento no está claro que sean equiparables. Y aun en el caso de que lo fueran, las intuiciones morales tienen un papel limitado en una teoría de derechos. Las intuciones morales pueden ser orientativas y fundamentar las premisas básicas de una teoría ética, pero su desarrollo, delimitación, definición y la coherencia del conjunto corresponde a la exploración y argumentación racional (en el caso del liberalismo, dada una preferencia moral por la no-violencia o la prevención de conflictos se trata de indagar racionalmente qué normas permiten a las personas perseguir sus fines e interactuar pacíficamente en un contexto de medios escasos).
Me gustaría preguntar a Paco Capella (partidario del derecho aborto) y a Alberto Corona (contrario al aborto), liberales ambos y versados en psicología evolucionista, qué opinan sobre la contradicción a la que alude Pascual.