Con esta entrada acabo la crónica del viaje a Brasil (¡por fin!).
El segundo día en Río de Janeiro madrugamos bastante para evitar las colas en el Cristo Redentor. Fue durante el desayuno, en el mismo barrio de casas bien donde nos hospedábamos, cuando tuve mi encuentro con unos niños de la favela salidos de Ciudad de Dios: diez años, sucios, feos, desdentados y sin escrúpulo moral discernible. Yo iba charlando tranquilamente con Ignasi, sujetando con la mano una bolsa con el resto del desayuno, cuando se me acercaron dos chavalines y empezaron a pedirme comida. Pero no lo hacían desde la humildad del mendigo o del hambriento, sino desde la altivez de quien cree que lo tuyo le pertenece.
Mi reacción no fue muy hábil: me mostré blando, balbuceé que era mi desayuno y que aún no había comido (en realidad solo quedabo un trocito de pao de queijo, me había terminado el resto), y uno de ellos tomó mi actitud como un "pasa y sírvete" y me arrebató la bolsa del desayuno sin más. No lo hizo titubeando ni se largó corriendo, al contrario, lo cogió con desdén, como si el desayuno fuera suyo y pudiera abusar de mí por derecho propio. No valía la pena pelearse por lo que quedaba de desayuno (el cuerpo tampoco me lo pedía, seamos francos) y le contesté con un "¡quédatelo!" aparentando que yo tenía aún el control (!). Seguramente debería haberle dado un mamporro, o de entrada haberle dejado claro que ese desayuno no iba a tocarlo. Pero el heroísmo ex post es más fácil que el heroísmo espontáneo.
Después de este desafortunado encuentro, que no llegó a ser un susto, tomamos un autobús local y nos fuimos dirección Corcovado. El famoso Cristo Redentor y sus espectaculares vistas de la ciudad nos esperaban al final del tranvía.
Luego nos dirigimos a Centro, el distrito de negocios de Río. Atravesamos los Arcos de Lapa y nos subimos al Bonde, un tranvía callejero rudimentario que empieza su ruta al lado del impresionante edificio de Petrobras. La ruta del tranvía es larguísima y llega hasta las favelas pero nosotros solo hicimos una parte del trayecto. Cruza el aqüeducto de Lapa y serpentea por el barrio residencial de Santa Teresa. Comimos feijoada en un restaurante típico de la zona lleno de brasileños y nos volvimos para Centro.
El distrito de negocios de Río era muy bullicioso. Paseamos entre los rascacielos y el área de Cinelandia, y dimos un rodeo tomando Avenida Gonçalves Días, Praça Tiradentes, Praça República y terminamos en la Avenida República de Chile y la insólita Catedral de Sao Sebastiao. El "downtown" de Río alberga los rascacielos más modernos pero es también el centro histórico de la ciudad, con iglesias, museos, teatros, bibliotecas, jardines así como edificios, casas y comercios antiguos unas veces conservados y otros veces con la fachada desgastada o casi cayéndose a pedazos. Contrasta con Sao Paulo en que no es una amalgama incoherente de edificios y calles, mantiene cierto estilo y orden.
Antes de que el sol se escondiera del todo fuimos a Copacabana a darnos un chapuzón, el último. Cenamos de postín, en un restaurante frecuentado por las familias del barrio, para celebrar el cumpleaños de Ignasi. Durante el viaje nos había cautivado el queso brasileño catupiry, así que le preguntamos al maitre si podían improvisar algún plato con ese ingrediente y nos preparó unos canelones rellenos solo con catupiry. Memorable.
La noche acabó en Lapa, pero no fue corta. En las calles contiguas y perpendiculares a los Arcos de Lapa la fiesta está tanto fuera como dentro de los locales. La música, desde electrónica a brasileña, se entremezcla con el griterío de la gente joven. Paraditas de caipirinhas, gente bailando, turistas occidentales, policía armada hasta los dientes arrestando a cuatro vándalos, niños de la favelas pidiendo dinero, colapso de coches bajo el aqüeducto. Casi como si fuera Fallas en Valencia, pero en Río era un viernes cualquiera.
Aquella noche dormimos poco. La mañana siguiente empezaba el viaje de vuelta: autocar hasta Sao Paulo, y avión hasta Londres vía Madrid.
Tengo magníficos recuerdos de este viaje y solo me queda agradecer a Sergi y a Ignasi su compañía. Gracias especialmente a Ignasi, que fue quien se mudó a Brasil y eligió los destinos.
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