LLegamos a Paraty por la tarde, después de un largo viaje en autocar desde Sao Paulo. Paraty es un pueblo colonial de la costa, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1958. Los portugueses se asentaron en la zona en el siglo XVI, y se convirtió en un pueblo portuario importante el siglo siguiente. Desde Paraty se enviaba el oro a Europa, y partían muchas de las expediciones coloniales hacia el interior del país.
Es un pueblo pequeño, se recorre andando, y es muy tranquilo. Es tremendamente turístico, lo cual siempre resta autenticidad, pero era temporada baja y había pocos extranjeros. Los restaurantes estaban todos medio vacíos, y en el puerto podríamos haber hecho una subasta para ver quién nos llevaba de excursión en barca por menos reales.
El casco antiguo, entre el puerto y la calle Rua Domingo G. de Abreu, es una preciosidad. Las casas blancas, bien conservadas, con las puertas y las ventanas de colores, y los techos de terracota. El suelo de las calles, por donde solo transitan personas y carros, está empedrado a la antigua. El puerto es de madera y la hierba es verdísima en las plazas y en la explanada frente a la costa.
La Praia do Pontal es la playa del pueblo. Es bonita, pero más para descansar en ella que para bañarse (no parecía estar muy limpia). Hay otras playas en las cercanías (se puede llegar en barca) que sí dicen que valen mucho la pena, pero nuestra agenda no daba para más. Paseamos por el pueblo de noche y a la mañana siguiente (por la noche tiene tanto encanto como de día). Cenamos moqueca, nos tomamos una caipirinha (la cachaça en Paraty tiene mucha fama), subimos al fuerte (se ve una increible vista de la costa) y comimos açaí antes de partir, a primera hora de la tarde, hacia Angra dos Reis, destino Ilha Grande.