Después de una breve pausa (hemos tenido a la familia de mi novia de visita por Londres estos días), continúo con la crónica del viaje a Brasil.
De Paraty cogimos un autobús de línea que nos llevó a trompicones a Angra dos Reis, en la Costa Verde. En Angra tomamos un barco hacia Ilha Grande, una isla famosa por sus playas y paisajes vírgenes. Hoy forma parte de una reserva natural pero la huella humana en la isla es tenue por motivos históricos: primero fue refugio de piratas, luego se convirtió en puerto de desembarco de esclavos destinados a Río, y en el siglo XX fue una infame prisión para prisioneros políticos.
La isla, a medida que te acercas con el barco, tiene un notable parecido con la isla Sorna de El Mundo Perdido. Montañas cubiertas de selva y vegetación frondosa, ni rastro de edificaciones, carreteras, puertos o embarcaciones. El único pueblo de importancia en Ilha Grande, donde se concentran todos los hostales, es Vila do Abraao. El pueblo tiene apenas una docena de calles, que más bien son caminos arenosos, con el puerto de madera a un lado y la playa al otro. El pueblo parece sacado de un parque temático de Piratas del Caribe: casitas de madera de uno o dos pisos, porches en la arena y mucho colorido. Al principio tiene su encanto, pero luego te das cuenta de que carece de la autenticidad de Paraty y aquello es guirilandia (con sobre-proporción de argentinos).
Al bajar de la embarcación nos fuimos a la caza del hostal. Ignasi capitaneaba la búsqueda y al final consiguió regatear un buen precio para una habitación triple en un hostalito de bungalows. Nos dimos un bañito de noche en la playa local (el agua estaba buenísima), paseamos por el pueblo y cenamos acompañados por una brasileña que nos nos recomendó la excursión del día siguiente. Nos tomamos el caipirinha tradicional frente al paseo, nos embadurnamos de crema anti-mosquitos y a dormir.
Por la mañana (estamos en el día 5) hacía nublado y pensamos que no era necesario momificarnos con protección solar. Grave error. El sol hace mella igualmente, y al final del día estábamos tostados como gambas, quemados de los hombros a los tobillos, y tuvimos que recurrir a la momificación con after-sun. Pero en un día mi piel pasó de rojo a moreno, y pasé de ser inglés a español.
En Ilha Grande hay dos formas de explorar la isla: andando o en barca. Prescindimos de la barca porque eran excursiones organizadas para grupos de turistas y nos decantamos por la excursión que nos recomendó la chica brasileña: la playa de Dos Ríos, al otro lado de la isla. Supuestamente tenía que ser una hora y media la ida, pero fueron dos y media, y eso que fuimos a paso bastante ligero. La ruta era un camino de carro que ascendía la montaña para descenderla por el otro extremo. No nos topamos prácticamente con nadie, y durante el recorrido vimos un mono, un cangrejo gigante (un palmo, al menos) y arañas del tamaño de albóndigas (solo el cuerpo).
El destino final mereció la caminata: una playa de un kilómetro con no más de una docena de bañistas. Luego, en un par de horas, quizás llegamos a ser tres docenas. La playa, con selva detrás, arena blanca y agua trasparente y limpia, se extendía entre dos ríos (de ahí su nombre), que provenían del interior. Es la playa más paradisíaca en la que he estado.
De vuelta a Vila do Abraao nos lo tomamos con calma, estábamos francamente cansados y había que recuperar fuerzas. El día 6 tocaba Río de Janeiro.
(Playa privada rumbo a Ilha Grande)
(¿Ilha Grande o Isla Sorna?)
(Vila do Abraao)
(Vila do Abraao)
(Vila do Abraao)
(Interior de la isla)
(Interior de la isla, vista de la costa desde lo alto)
(Interior de la isla)
(Praia Dos Ríos)
(Praia Dos Ríos)
(Praia Dos Ríos)
(Uno de los ríos que desembocan en la playa)
(Río de la playa)
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